Luna, una encantadora perrita de ojos brillantes y pelaje suave, siempre había sido el alma del hogar. Con su energía desbordante y su amor incondicional, llenaba de alegría cada rincón de la casa. Sin embargo, en los últimos meses, algo había cambiado. Su cola, que antes no paraba de moverse, ahora permanecía inmóvil. Sus patas, que solían correr sin descanso por el jardín, apenas podían sostener su cuerpo.
Luna estaba exhausta.
Lo que al principio parecía ser simple cansancio, con el tiempo se convirtió en una preocupación mayor. Sus dueños, preocupados por su falta de energía, la llevaron al veterinario. Allí recibieron una noticia que les heló el corazón: Luna sufría de una enfermedad crónica que le causaba un dolor constante, robándole lentamente su vitalidad.
La noticia fue devastadora para la familia. Luna, que siempre había sido una perrita activa y alegre, ahora vivía atrapada en un ciclo de dolor y agotamiento. Cada movimiento le costaba un esfuerzo inmenso, y los días pasaban entre tratamientos y largas horas de descanso. El brillo en sus ojos se desvanecía poco a poco, y el miedo de perderla se apoderaba de sus dueños.