Max era el guardián del campo. Todas las mañanas, corría por los amplios prados asegurándose de que todo estaba en orden. Los conejos saltaban entre los arbustos, los pájaros cantaban en lo alto, y el ganado pastaba tranquilamente. Entre ellos se encontraba una cabra llamada Luna, conocida por su actitud altanera y su espíritu indomable.
Una tarde soleada, mientras Max descansaba bajo la sombra de un gran roble, Luna decidió acercarse a la zona del estanque, donde el perro solía beber agua. Max, protector como siempre, se levantó y caminó hacia Luna con la intención de alejarla suavemente. Lo que no esperaba era la respuesta de la cabra.
Luna, sin previo aviso, embistió a Max con un movimiento rápido de su cabeza. El perro, sorprendido pero no intimidado, se apartó justo a tiempo, evitando el golpe directo. Los animales cercanos observaron con atención, como si entendieran que este encuentro era algo fuera de lo común.
Max se puso en guardia, manteniendo la calma. No quería lastimar a Luna, pero tampoco estaba dispuesto a retroceder. Con inteligencia y agilidad, Max empezó a rodear a la cabra, buscando una oportunidad para desarmar la situación sin violencia. Sin embargo, Luna no se rendía, insistiendo en su actitud desafiante.
Lo que ocurrió a continuación fue una escena que, según los aldeanos, nunca olvidarán. Max, en lugar de enfrentarse directamente a Luna, utilizó su astucia. Dio un paso atrás y comenzó a ladrar, no con agresividad, sino con una firmeza que denotaba autoridad. Luna, desconcertada por la reacción del perro, retrocedió lentamente. Poco a poco, su postura desafiante se desmoronó y, finalmente, dio media vuelta, reconociendo la valiente determinación de Max.