Hoy es un día especial, o al menos debería serlo. Es mi cumpleaños, una fecha que, en teoría, está marcada por la celebración, el cariño y los buenos deseos. Pero mientras el reloj avanza, las notificaciones en mi teléfono permanecen en silencio. Ni un mensaje, ni una llamada, ni siquiera una publicación en las redes sociales. El día se siente extrañamente vacío.
Siempre he creído que el cumpleaños es ese momento del año en el que las personas a tu alrededor te hacen sentir especial, aunque sea por un día. Un simple “feliz cumpleaños” tiene el poder de iluminar el día de cualquiera. Sin embargo, este año parece diferente. El silencio pesa y me pregunto si, de alguna manera, me he vuelto invisible para quienes me rodean.
La verdad es que, con el tiempo, las expectativas en torno a los cumpleaños cambian. De pequeños, celebramos con globos, pasteles y regalos. La emoción de sumar un año más era palpable, pero a medida que crecemos, esos momentos de celebración se van desvaneciendo. La vida adulta trae consigo responsabilidades, preocupaciones y, a veces, una sensación de desconexión con los demás. Puede que no sea personal, pero en días como hoy, se siente demasiado real.